01 junio 2006

TU VIDA VALE 1,10 €

Hoy se emite en TV3 el capítulo 1.187 de El Cor de la Ciutat, una serie que sigo desde hace cinco años. Es un formato parecido al de otras series también longevas como Coronation Street, EastEnders (46 y 21 años respectivamente y en activo hoy día) o Goenkale, de ETB, que está en su duodécima temporada. El Cor (como se la conoce en Cataluña) recoge el testigo de varios éxitos encadenados desde que en 1993 se estrenara Poble Nou. Después, Secrets de Família, Nissaga de Poder y Laberint d'Ombres crearon un público fiel para las sobremesas de la televisión catalana. TV3 suele ser cada día entre semana, de 15:45 a 16:20, la cadena más vista en Cataluña.

El secreto de El Cor de la Ciutat, lo que ha hecho que lleve tanto tiempo en antena, es su modo de saber retratar la vida de un barrio y sus gentes. Con un reparto extensísimo en el que tienen cabida toda clase de personajes, haciendo que cualquier espectador pueda verse reflejado en uno de ellos. Tras cuatro temporadas relatando las vidas cruzadas de una veintena de vecinos de Sant Andreu, este año han trasladado la serie a Sants. Cambio de personajes, de tramas... Una renovación arriesgada de la que han salido nuevamente victoriosos.

Entre los nuevos personajes se encontraban José y Salva, dos conductores de autobús. José era un tipo callado, extraño, parece que depresivo. Salva, en cambio, era un sindicalista del comité de empresa, de palabra fácil, extrovertido. En uno de los primeros capítulos de la etapa, cuando José va a antregar el autobús a cocheras y hace el recuento de la caja, su supervisor no cuadra la venta de billetes y le dice que falta un euro, el importe de un viaje. Le abren un expediente y le acusan de haber robado el euro. Él, inocente, niega siempre que haya robado ni un céntimo. En su casa no le dan importancia: "¿Cómo te van a expedientar porque haya desaparecido un euro? Es ridículo". La gente del sindicato, capitaneada por su amigo Salva, lucha para que no se tomen medidas contra el chófer. Le hacen tomarse unas vacaciones, entra en una depresión aguda y no acepta un trato en el que debe reconocer que cogió el euro y así recuperar el empleo. Finalmente, después de decirle a su hija pequeña que tenga claro que su padre no es un ladrón, se suicida.

Esta trama de la serie cautivó especialmente al público no sólo por la excelentes interpretaciones y los buenos guiones, sino también porque esta historia de mobbing había sucedido realmente en Barcelona hace dos años. El 31 de marzo de 2004, a primera hora de la mañana, unos jardineros encontraron en la montaña de Montjuïc el cuerpo sin vida de Pablo Díez Cuesta, un conductor de autobús que llevaba quince años trabajando en TMB (Transports Metropolitans de Barcelona), con un expediente impecable. Se había suicidado pocas horas después de recibir la carta de despido, que encontraron junto a él. El motivo del despido era una ridícula y falsa acusación: haber vendido a una viajera una ficha de inspección en lugar del billete y apropiarse del importe (1,10 euros). Tachado de ladrón, con el honor pisoteado por la empresa y sin poder mantener a su familia, no encontró otra salida que poner fin a su vida. Por un euro y diez céntimos.

Prefirió desaparecer a aceptar el plan alternativo de sanción que le ofrecía TMB: privarle de seis meses de empleo y sueldo, perder 15 años de antigüedad y la imposición de trabajar sin ningún fin de semana libre durante 24 meses. ¿A qué grado de presión tuvo que llegar este hombre para hacer eso? ¿Cuántas situaciones similares debió aguantar antes ? ¿Puede un trabajador vivir en un estado de terror tal que le lleve a una decisión fatal? Probablemente sí. Lo hemos visto con el caso de los chavales víctimas de acoso escolar que acaban suicidándose por no poder aguantar más las vejaciones de sus compañeros.

Paradójicamente, TMB, responsable también del Metro de Barcelona, reconoce que un 2% de los usuarios viaja sin billete.