No lo digo yo. Lo dice Fernando Sánchez Dragó. Se lo comentaba a Jesús Quintero en una entrevista para TVE. Esta noche vuelve al programa para debatir con Coto Matamoros sobre el estado de la televisión actual. Promete...
Este hombre siempre me ha gustado. Hay gente a la que me gusta escuchar, diga lo que diga. ¿No les pasa? Al igual que hay personas a las que es un auténtico suplicio oír (por el contenido de lo que hablan y/o por el modo en el que lo hacen), hay otras a las que uno se engancha sin importar si te recitan las Páginas Amarillas o te declaran su amor. En el grupo de los que me arroba su hablar se encuentran Antonio Gala, Dragó, Jorge Flo, Jodorowsky, Santiago de Mora-Figueroa, Ángel Pavlosky y alguna mujer de acento cadencioso... Aparte de que prácticamente he crecido a su lado, por aquello de sus diferentes colaboraciones en televisión a lo largo de los años, Sánchez Dragó tiene para mí un aire de paternidad. No sé si es que me hubiera gustado que fuera mi padre o es que me recuerda al mío, quizá sea por su sabiduría, por cómo explica las cosas, por lo didáctico de sus charlas... Bueno, esto es un detalle freudiano sin importancia, también me pasa con Concha Cuetos y mi madre (!).
En estos últimos años me gustaba compartir las tristes noches de domingo (y, posiblemente, también resacosas) junto a Dragó con su Negro sobre Blanco y Punset preguntándose "¿Algún día todos seremos un sólo chip interconectado en una gran molécula madre?". No voy a valorar ni opinar sobre los cambios pólíticos o de pensamiento que Sánchez Dragó ha tenido durante su vida (¿quién no los ha tenido?), no me importan. No me importan más de lo que hayan podido influir su obra en cada momento. Lo que le agradezco es la cantidad de autores y obras que he conocido gracias a él y sus programas. Repito, yo era de los que decía: "Me voy, que va empezar Dragó". Y, claro, irte de un bar porque va a empezar el programa de Dragó y no el fútbol o la serie de moda, es para que te miren mal.
Yo vi el otro día la entrevista del Loco de la Colina. Me impresionó (como siempre) cómo soltó la retahíla de razones por las que lamenta ser español. Me pareció un discurso bien armado, sin pausas, correctamente hablado... Supongo que ese es el valor de un buen orador ¿no? decir las cosas con seguridad, sin dudar, que suenen bien, tanto si eres un pastor metodista, un vendedor de coches de segunda mano o el cocinero de los Ginsu 2000. Pero es que, además, estoy de acuerdo con Dragó. Yo también hablaba el primer día de la picaresca como seña de identidad patria. Entonces ¿lamento ser español? No lo sé. No más que no ser francés o australiano. Uno puede lamentar pertenecer a cualquier grupo al que ha decidido incorporarse, ya sea un partido político, un club de aeromodelismo o la peña bética de Masnou. Si en una de estas comunidades el individuo se decepciona, probablemente lamentará su pertenencia al grupo. Pero yo no he elegido ser español. Boris Izaguirre, sí. Yo no. Yo nací aquí y me dieron el carnet del club sin preguntarme. A uno le lleva apuntarse como socio del Real Madrid el fervor que tiene por el club. Pero esto de las patrias viene al revés: te nacen en un sitio y luego te ves obligado a desarrollar el orgullo de ser de ese país.
Me cuentan que siendo muy pequeño un día me definí como "español andaluz". Ole. Pero, desde que recuerdo, nunca he sentido ningún orgullo especial por ser español, ni por la bandera, ni por las tradiciones... Últimamente, además, con la madurez que me va atrapando, caigo en los mismos pensamientos que Dragó y quizá llegue el día en el que me diga una mañana (con la boca pequeña): "lamento haber nacido español". Seguro que luego, con un pincho de tortilla y una caña en una terraza de la Plaza de la Paja, pensaré que dónde voy a estar yo mejor que aquí. Pero para eso no hace falta ser, orgulloso o no, de ningún país. Intelectualmente apátrida.