30 mayo 2006

NO, NO SOY DEL OPUS (QUÉ POCO ME CONOCÉIS...)


Es curioso que lo que más haya llamado la atención en el estreno de este blog haya sido el enlace al Opus Dei. Ayer, cuando me peleaba con el código fuente para poner los links que a mí me interesaban y no los que me ofrecían por defecto, pensé que podría ser una buena oportunidad para hacer un guiño de humor surrealista a la concurrencia. El resultado han sido comentarios como "¿Ves cómo eras del Opus?" o "Lo que no entiendo es a santo de qué sale el Opus en esa cosa tuya". Pues a santo de Josemaría ¿no?

El domingo por la tarde fui a ver El Código Da Vinci. En muy versión original subtitulada. Lo digo porque en la peli hablan en inglés, francés (mucho), español y... latín (un poco macarrónico, por cierto. Pronunciación italianizada). Esto del latín se lo han sacado de la manga Akiva Goldsman y Ron Howard porque en el libro no sale. Se supone que es el idioma que utilizan los del Opus para hablar entre sí en la trama conspiratoria esta. La película no me pareció tan mala como dicen. Quizá por eso mismo, porque iba pensando en tragarme 150 minutos insulsos. Pero es entretenida. Creo que si apareciese ahora, de pronto, sin todo el fenómeno editorial detrás y la polémica histórico-religiosa, pasaría como una peli de acción y misterio bastante bien rodada y con una más que segura buena taquilla. La última media hora anticlimática no tiene perdón, eso sí. Hay tres finales, lo menos.

Lo que se me hizo interminable fue la lectura del libro. Me lo llevé a Nueva York para leerlo en las mil horas de viaje transoceánico y durante mi estancia allí. Si hubiera sido en un viaje en tren o en barco, ya en las primeras páginas lo hubiese tirado por la ventana. Obviamente, me contuve. Era de lo peorcito que había leído en mi vida. Pero me empeñé en acabarlo porque por esos días se empezaba a especular con el posible casting de la inminente adaptación cinematográfica. He de decir que el reparto que imaginé en mi cabeza mientras leía la novela es, a excepción de un actor, el que finalmente está en las pantallas ahora. Me gustó leer ese libro aquellas noches después de patearme Manhattan durante tres semanas y comprobar en directo lo que más me enervaba de Dan Brown: lo paleto que es y lo listo que se cree. O sea, lo paletos que son la mayoría de los estadounidenses. Leer su novela para un europeo, y español en concreto, es insultante. Los primeros capítulos de la novela son de un explicativo lastimoso, amén de la redacción, que es como de relato de toqueteos empleada de hogar/señorito de la última página de la revista Vale o Pronto en sus buenos tiempos. Dan Brown va de hombre súper ilustrado, hijo de eruditos, que se documenta mucho para sus libros. Ja. Bueno, supongo que para la media cultural yanki, él es Séneca, pero para mí es un zafio, un Corín Tellado de la intriga, un bluff. Este hombre es a la literatura lo que Fernando Gracia a la investigación histórica (¿recuerdan? el so-called nieto del último alabardero de Alfonso XIII, advenedizo biógrafo monárquico de pelo mal teñido y pestañas Marujita Díaz).

La última que ha liado el millonario escritor es la descripción que hace de Sevilla, la policía, la Guardia Civil, nuestros hospitales... en La Fortaleza Digital, primera novela que publicó Dan Brown en USA, pero la última aparecida aquí. El pollo estuvo, dicen (no está confirmado), en Sevilla estudiando Historia del Arte en 1995 y, por esos días, fue fraguando semejante novela. Entre muchas cosas dice: «La clínica de la Seguridad Social era como un siniestro set montado para una película de terror de Hollywood. El aire olía a orina... Becker llegó al final del oscuro vestíbulo. La puerta de su izquierda estaba ligeramente entreabierta y la abrió. Estaba completamente vacío, excepto una anciana marchita, desnuda en un catre, peleándose con su calientacamas». «Becker moriría. Un pulmón perforado era fatal, quizás no en lugares del mundo más avanzado médicamente, pero en España era fatal». Sobre La Giralda dice : «Las escaleras eran empinadas, aquí habían muerto turistas. Esto no era América, no había señalizaciones de seguridad, ni pasamanos, ni posiblidad de pedir responsabilidades a nadie. Esto era España. Si uno era lo suficientemente estúpido para caerse, era tu propia culpa, independientemente de quién construyó las escaleras». Lo mejor es cuando habla de que los policías (que fuman Ducados, por cierto) son fácilmente sobornables y un personaje dice: «He oído historias sobre la corrupción en la Guardia Civil Española». Supongo que se referirá a Antonio David Flores y las 50.000 pesetas que se llevó a la butxaca de la multa al pobre guiri.